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10.5.09

Late Night Tales IV


"No, si es muy guapa, pero es que es una pesada". Esta frase salía de la boca de todos aquellos que conocían a Eco. La bella Eco, tan desmesurada en su hermosura como en su torrente verbal. Se decía que nunca había escuchado a nadie; que nunca había seguido una conversación ajena. Los que ya la conocían a veces huían al verla llegar. Los demás, atrapados por su angelical imagen de ninfa, sufrían estoicamente el alud vocal de la joven. Durante horas podía adornar con descripciones superfluas y anécdotas insulsas la más anodina de sus, ya de por sí, aburridas aventuras. Algunos de aquellos que sufrieron su engaño recuerdan como Eco tardó media eternidad en describir su despertar al borde del río, la tarde anterior en el bosque o la lasciva mirada de Pan.

Una noche, Hera, que andaba en su constante misión de castigar a su cónyuge por las constantes aventuras amorosas de este, fue asaltada por Eco. No sé sabe con certeza si Eco fue a ella en busca de ayuda y si por primera vez buscó consejo y apoyo. Algunos dicen que de sus ojos brotaban lagrimas por el horror que le había causado Pan, que por haberle rechazado había enloquecido a unos pastores que la buscaban para despedazarla. Otros dicen que sus lágrimas eran causa del amor que había despertado en ella Narciso, el bello hijo del dios del río Cefiso.
Hera, furiosa por verse distraída en su tarea y que Zeus había tenido el tiempo suficiente para escabullirse de nuevo, castigó con crueldad a Eco, dejándole tan sólo un hilo de voz.

Eco, venida a menos, trató seducir a Narciso, pero en su intento se limitaba a repetir las últimas palabras del joven. Desquiciada, la hermosa ninfa languideció y se consumió en su refugio entre las montañas, hasta que solo quedó el eco de su voz.

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